Una mañana, me levanté con esa sensación que se había apoderado de mí durante al menos un año. Esa infame sensación de tener a un ser querido en la habitación contigua luchando por vivir un día más, y de amanecer rogándole al destino que no fuese ese día en el cual esa lucha se desvaneciera. Mi madre luchaba contra una enfermedad que le había postrado en una cama y necesitaba asistencia para cualquier movimiento; por ínfimo que fuera necesitaba ser asistida y a esas alturas yo también necesitaba asistencia y compañía para continuar adelante apoyándola en ese camino tan tortuoso, labor en la cual asistía una enfermera de esas llamadas o asociadas a la vieja escuela que colaboraba diligentemente con todo lo necesario en esa etapa.
Así transcurrían esos días de lucha, pero ese día en particular tenía una sensación extraña, no era un presentimiento, no era malestar, era una sensación de que alguien me observaba, de que alguien me vigilaba. En mi mente no tardaba en aflorar el pensamiento de estar enloqueciendo, como consecuencia de la situación en la que se enmarcaba ese vivir diario. Esa sensación, venía acompañada de querer mirar cada cierto tiempo al cielo, una sensación de buscar algo perdido; de querer encontrar algo que no sabía exactamente lo que era.
No entendía el por qué de esas ganas de mirar al cielo con esa sensación de búsqueda, de algo añorado; lo que sí era cierto, real y palpable era el hastío, la rabia, el dolor de pasar por esa situación, de ver a quien me diera la vida bajo ese sufrimiento, me hacía sentir muy agobiado, cansado, con miedo a las consecuencias de esa fatal enfermedad que atacaba a mi madre y en general me hacía sentir sin ganas de nada. Pasaron varios días, muchos momentos de obscuridad, de tristeza y tribulación; mi escape estaba en las noches cuando me sentaba en el balcón de mi apartamento a despejarme y observaba con detenimiento el cielo buscando; buscando no sé qué; probablemente buscando respuestas, soluciones o algo más, algo que ni yo mismo sabía, como todos esos días.
Entonces, una noche luego de haber hecho esa especie de ritual en el cual me sentaba únicamente a mirar, a buscar entre las estrellas tomando un trago, se apoderó de mi el cansancio y dejando todo en orden me fui a mi habitación a dormir, luego de desearle buenas noches a mi mamá que sin palabras las aceptaba con una sonrisa cansina. Me costó mucho dormirme esa noche, di mil vueltas en la cama, volví a sentir que alguien me miraba, hasta que caí por fin presa del cansancio.
No se cuanto tiempo dormí, ni que hora era cuando sentí que al lado izquierdo de mi cama se encontraba de pie una "criatura" con una hermosa túnica morada con destellos de luz azul y otros colores indefinibles que provenían del propio material con el que estaba hecha su deslumbrante y elegante vestimenta, no había visto jamás materiales así; su rostro era similar al de una mantis religiosa, verde jade, pero sin antenas y ojos profundamente negros, brillantes pero que no reflejaban lo que veía, pero que trasmitían demasiadas cosas positivas sin tener en realidad gestualidad alguna, pero sí me miraba fijamente. A ese ser, lo acompañaban tres "criaturas" más escoltándole. A sus lados derecho e izquierdo unos parecidos a su especie, de menos estatura y menor luminosidad en sus trajes y en sus auras; a su espalda el más alto y de una raza distinta, tenía una cara muy ovalada, sin nariz pero con ojos pequeños; piel gris clara y traje de ese mismo color muy ceñido a su cuerpo que no brillaba. Parecía que flotaban; pero no lo sé realmente, me encontraba atónito de ver a estos seres en mi habitación, pero realmente tranquilo para ver algo así.
Estimo que la comunicación pudiese decir que fue "telepática", porque ninguno tenía boca visible, al menos no miré eso sino me concentré mucho en lo que sus ojos profundos querían comunicarme, sólo puedo recordar que me miraban con cierto aire de inspección, pero sentí que deseaban ayudarme. Al final de la visita, en la cual siento que recibí energía, paz y vibraciones muy positivas, no quedó plasmada conversación alguna, pero si quedó en mi subconsciente la frase trasmitida por mi visitante principal, la cual fue: "Sólo venimos a verte y queremos saber que estás bien...".
En ese momento todo pasó como una película en mi mente muy rápidamente y ya había amanecido, había claridad en mi habitación, miré a todos lados, sentía que todo lo que había pasado era muy real; reinaba en mí una sensación de paz, de alegría inmensa, aquella que se produce cuando vez a unos amigos queridos que hacía años no veías. El recuerdo de esa experiencia no es como el de los sueños o las pesadillas; sino que se convirtió en algo que parecía haber ocurrido en realidad. Esas sensaciones positivas que sentí luego de esa experiencia se quedaron conmigo desde el amanecer de ese día hasta hoy que escribo estas líneas. Desde ese día en adelante, despertaba en mi un nuevo Yo, un Yo con menos temor o al menos con la consciencia de superarlo, un Yo mucho más analítico, con mayor agilidad mental, con sentimientos muy claros, con un despertar de la intuición a un nivel excepcional, con una fortaleza física que no había tenido en otro momento, se produjo una conexión profunda con todo lo que me rodeaba, crecieron mis niveles de empatía, de organización y otras virtudes que no sabía que tenía y se afinaron aquellas de las cuales estaba consciente de poseer; comencé también a perder esa sensación de que alguien me observaba de cerca y aquella añoranza de buscar algo en el firmamento.
Luego de ese día, las condiciones externas eran iguales o peores, no obstante el coraje crecía, las ganas de seguir adelante se incrementaban, brotaba un deseo de estudiar cosas nuevas, de cultivar el conocimiento sobre cualquier tema; ahora la curiosidad era mayor que la de un niño en sus primeros pasos en la vida, sin miedo a caer sino con el ánimo de levantarme y seguir jugando ese juego complicado que había planteado la vida bajo esa situación extrema; esa situación de vida o muerte por la que pasaba mi amada madre y el reto personal de mantenerme fuerte para ella e inyectarle ánimo. Desde esos días ya han pasado unos años; lamentablemente el desenlace de la condición física de mi madre empeoró y ella pasó a otro plano, pero ese despertar y esa paz viven en mí a diario, como vive su recuerdo. Realidad o fantasía, resiliencia o su conjunción, eso te lo dejo a ti querido lector; por mi parte debo decir que siempre viene bien que unos amigos te digan: sólo queremos saber que estás bien...
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