Lo que más quería de niña era ir a la escuela, tal vez porque soy la tercera de cuatro hermanos y ellos iban al colegio mientras yo me quedaba en casa. Quería hacer tareas, tener compañeros de clase y una maestra. Mi mamá, me ponía a hacer tareas divertidas, mientras yo quería siempre un poco más. El punto es que aprendí a leer y no recuerdo cuándo, ni cómo. En el momento en que me tocó ir al kínder, que así se llamaba la educación preescolar en mis tiempos, sufrí algo de decepción: los niños lloraban y no querían estar ahí, obviamente nadie escribía, ni leía y aquello para mí era un total caos y aburrimiento, tanto que ese día cuando mi mamá me recogió y me preguntó que cómo me había ido, mi respuesta fue que “los niños eran muy inmaduros”. No sé qué pasó por la cabeza de mi mamá, tal vez le dio risa que una niña de 4 años respondiera eso.
Pasaron los días y yo me aburría cada vez más. Lo único que me gustaba era el olor a colores de cera, la sensación de la plastilina en mis manos y mi maestra Silvia, pues me parecía súper ingeniosa. Ella me preguntó si yo quería ir a primer grado y mi respuesta fue afirmativa. Al consultar esto con mis padres, la respuesta fue que no, que yo debía quedarme ahí. Pero, mi maestra fue maravillosa, ella me nombró su asistente, aunque ya había una, la Srta. Norys. Pero yo, con mi cargo de asistente pasé todo ese año.
Terminó el kínder y pasé a primer grado. Recuerdo la emoción cuando me compraron los útiles y vi aquél libro. Libro que leí de un tirón y al llegar al salón ya no me hacía ilusión. Mi maestra de primer grado me lo cambió por otro, “Ya sé leer” se llamaba, y ese también lo leí inmediatamente. Se repitió la misma historia: querían pasarme a segundo y mis padres dijeron NO. Así que tuve que aceptar otra vez el cargo de asistente de la maestra Manuelita y hacer otras pasantías en el colegio. Aquí era mejor porque no había otra auxiliar solo yo. Desde ese momento decidí que sería maestra: yo no sé de qué, pero lo decidí y esa fue una decisión de por vida.
El cuento de querer pasarme de año ya no se repitió más porque yo entendí que era mejor pasarla bien en donde me correspondía. En tercer grado tuve una maestra inolvidable: Lilian es su nombre y puedo escribir un libro acerca de ella, pero también tuve un profesor de música espectacular: amaba sus clases y yo decidí que sería maestra de música, para ser tan divertida como mi maestro Luis Enrique y tan generosa y justa como mi maestra Lilian. Eso duró poco porque en quinto grado entré al equipo de voleibol con mi profesor Alexis que era lo máximo y me dije: “seré maestra de deporte” Esa emoción me duró más o menos hasta primer año de bachillerato, cuando me seleccionaron para competir en atletismo y me di cuenta que no me gustaba sudar, ni el sol, ni nada de lo que ocurría en los deportes, y hasta hoy, si hay algo que no soy es “deportista”. Mi papá murió cuando yo estudiaba quinto grado, nunca recuerdo qué edad tenía, pero sí el grado que cursaba. En sexto grado mi amigo Enrique, que ahora es Obispo, me invitó a dar clases de catequesis y, ahí le agarré el gusto a preparar contenido para enseñar a otros. Amé todas y cada una de las oportunidades que me ofrecía el dar de lo que sé y recibir lo que dan los niños: ellos son grandes maestros, entonces dije: seré maestra de niños de primaria.
Sin embargo, no todo en la vida es así de fácil, pues para estudiar educación tuve que dar muchas vueltas. En casa no abundaba el dinero y nos pagaban los estudios hasta ser bachilleres, eso era un pacto tácito, de ahí en adelante cada uno debía procurarse su manera. Antes de cursar estudios superiores hice un curso de contabilidad, cosa que no es lo mío, pero reconozco que ayuda, además ese curso era en un instituto que preparaba en oficios y había empresas que contrataban a sus participantes y desde el momento del contrato empezaba el pago, con la condición de que al finalizar, ese estudiante hiciera pasantías en la empresa durante un año. A mí me contrató una gran empresa y me pagaban bien. Empecé entonces a buscar la forma de estudiar educación. Fui a un instituto para hacer la carrera corta de tres años, egresaba como técnico, podría trabajar como maestra y seguir estudiando la licenciatura. Yo lo veía sencillo, pero al llegar al instituto me dijeron que educación solo se estudiaba en las mañanas. Así que debía escoger entre el resto de carreras y decidí estudiar administración, mención contabilidad y finanzas porque era lo más parecido al curso que había realizado y eso sería una ventaja. Mi plan era graduarme en tres años y me dedicaría después a trabajar en un colegio y a estudiar educación.
Me gradué en dos años y con buen promedio, eso no era lo mío, pero había decidido hacerlo bien en donde estuviera, luego de eso vino un camino pedregoso. Por más que me esforzaba siempre terminaba en las finanzas y con un horario completo que no me permitía hacer lo que yo quería: era como cuando empecé en el kínder “un total aburrimiento”. Y yo no estaba dispuesta a aburrirme en la vida, creo que no vine a eso, así que todo lo relacionado con la educación, la creatividad y el ingenio lo volqué a mi vida cotidiana que transcurría en la iglesia. Allí hacía lo que quería: enseñaba catequesis, formaba a los lectores, tenía mi grupo juvenil y en cierto modo eso era ser educador o al menos yo así lo sentía. En esa etapa, en el trabajo, hasta llegué a ser promovida a cargos de responsabilidad en el área administrativa, pero no me sentía bien, más tarde leyendo a Ken Robinson comprendería que no estaba en mi elemento.
Estaba tan aburrida en el trabajo que un día salí de casa con la firme convicción de que si ocurría algo que me incomodara, hasta ese día lo toleraría. Y Dios fue tan bueno conmigo que ocurrió, y fue súper desagradable, tanto que no temblé para tomar la decisión de decir “me voy”. Me llamaron para que regresara, pero no volví, decidí emprender mi camino. Robert Frost lo dijo así y lo leí mucho después: “Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo, yo elegí el menos transitado, y eso hizo la diferencia”.
Elegir el camino menos transitado me llevó a repartir volantes para un colegio que iban a abrir, trabajar luego en la administración de ese colegio, hacer suplencias de vez en cuando y ganarme la voluntad de la directora para que accediera a colocarme en la nómina, haciendo ver que trabajaba como maestra no graduada, para tener la oportunidad de ingresar en el pedagógico, que para ese tiempo solo aceptaba personas que ejercían la docencia sin estar graduadas. Y así fue como después de varios contratiempos pude inscribirme y graduarme. Mientras estudiaba fui trabajando en aula y cada vez me daba cuenta lo maravilloso que resultaba para mí el ser maestra: es una vocación y una pasión que me mueve.
Yo pienso que Dios va bordando con el tambor hacia arriba y uno desde abajo solo mira los nudos que se van formando… Pero de vez en cuando Él voltea ese tambor y logras ver el hermoso diseño que está haciendo para ti. Por eso no debemos andar distraídos, sino atentos. No debemos tener miedo, sino fe.
Lo que hago desde mi posición de docente no se parece a ningún otro trabajo de otro docente, no es mejor ni peor, es diferente, tiene un sello, el construido en este camino menos transitado que decidí recorrer. No hay nada mejor que encontrar tu elemento y estar en él. Ser profe no es un trabajo, es mi pasión, mi estilo de vida.
Pienso que cada persona tiene una responsabilidad con su entorno y parte de esa responsabilidad radica en dar, no tanto de lo que se tiene, sino de lo que se es. @profe.reina nació en pandemia, pero era una idea que rondaba en mi cabeza desde hacía tiempo. Es una forma de compartir lo que soy, lo que me apasiona y sé hacer. Y lo comparto con humildad y cariño para todo aquel que lo quiera recibir.
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